Las cuencas de agua dulce y la urgencia en la planificación de su uso frente a la emergencia climática
por Anna Astorga y Emilia Astorga 15 febrero, 2021
La patagonia chilena tiene un poco más de un 50 % de su superficie total terrestre bajo alguna categoría de conservación, un gran logro a los ojos del mundo, pero ¿qué importancia tiene el otro 50 %? En parte debe contener los usos productivos: ganadería, producción de madera, las zonas rurales y urbanas donde vivimos. Un trato 50/50, ¿no esta tan mal? Este concepto de 50/50 o “media tierra” es en verdad una de las metas serias de la conservación mundial para mantener algún nivel de sostenibilidad en el planeta –al parecer acá en la patagonia chilena ya se logró esta meta.
Pero nada en la vida es tan simple. Los ecosistemas, la gran maquinaria de la tierra y del agua, tampoco lo son. Es importante precisar dónde están estas zonas de preservación, y dónde están los lugares de uso más intensivo, y preguntarnos: ¿tienen sentido? La verdad es que rara vez lo tienen. Una de las grandes críticas a la designación de parques es que normalmente representan las tierras menos útiles, rocas y hielo en miradas despreciativas, pero también por ser aisladas ha sido más fácil dedicarlas a conservación, ya que de por sí ya tenían poco uso. Viendo la situación al revés, tampoco tiene sentido dónde estamos construyendo casas actualmente, por ejemplo: ocupando los suelos más productivos en las zonas de expansión periurbana.
Pero el propósito de este artículo es reflexionar sobre el agua y su origen. La gran mayoría de las fuentes de agua, urbana o rural, provienen de tierras que no están dedicadas a la conservación. Es decir, la patagonia, con más de un 50 % de tierra bajo alguna categoría de conservación, pero un porcentaje casi nulo de esto está aprovechado para el agua que hemos de beber. Las cuencas de agua potable rural funcionan como torres de agua, capturando, almacenando y entregando el agua para los diversos usos. Son cuencas fundamentales para nuestra subsistencia, lo que ya ha sido reconocido por muchas de las grandes ciudades en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, que han conservado sin otros usos las cuencas que proveen agua potable a la ciudad.
En la región de Aysén pareciera que todavía tenemos este recurso en abundancia, y se suele escuchar en variadas instancias que el “agua está por todas partes”. Pero al observar con más detalle y conversar con diversos actores de las comunidades locales también se puede deducir que existe una creciente preocupación en el manejo del agua. Diversos actores que se desempeñan en el ámbito agrícola y turístico, entre otros, a nivel local han observado que en los últimos 10 o 15 años el clima ha comenzado a cambiar y con ello también este recurso tan vital que es el agua. Saben que existe el calentamiento global y observan que es cada vez más necesario planificar a futuro y tener mayor control sobre este ámbito.
El agua, tanto en el cuidado medioambiental, como también desde la perspectiva de acceso y políticas públicas asociadas a su uso, es actualmente un recurso sumamente frágil. Y esto fue claramente reconocido en la consulta ciudadana realizada, en el marco de la Mesa Nacional del Agua del Ministerio de Obras Públicas, entre el 27 de marzo y el 10 de mayo 2020, donde la ciudadanía priorizó la “conservación de las fuentes naturales” como el principal desafío relacionado con el agua (75,4 % de las preferencias).
Y es en este punto donde surge el problema. Estamos planificando millonarias inversiones para nuevas captaciones de agua, pensando en el futuro para que no escasee este recurso para la población. Pero hay algo fundamental que estamos ignorando: ¿qué está pasando en el área de captación, la cuenca o la fuente de donde viene el agua? ¿De qué manera planificamos como comunidad todos los usos dentro de esta cuenca para que éstos sean compatibles con el abastecimiento de agua limpia y así ser más resilientes a los cambios que están ocurriendo?
Fuente: El Mostrador, 15 de Febrero 2021
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