Hoy, en Chile, existe, de hecho, una centro izquierda que empieza en el centro con a los menos dos colectividades, la Democracia Cristiana y Ciudadanos, y que se extiende hacia la izquierda hasta alcanzar al PS, pasando antes por partidos como el PPD y el PR, y es a ese amplio sector de centro izquierda al que han llegado ahora el Partido Liberal de Chile, algunos diputados que vienen del Frente Amplio, dos alcaldes, y un cierto número de figuras independientes de izquierda. Solo el tiempo dirá cuál es el efecto de ese hecho, pero hay ya uno evidente: el encuentro entre partidos tradicionales de centro y de izquierda con el partido, autoridades y grupos que acabo de mencionar otorga a estos últimos un nuevo y más coherente domicilio político, mientras que, por otra parte, las colectividades más típicas de la centro izquierda chilena, es decir, sus anfitriones, reciben algo así como una aplicación de oxígeno, de aire nuevo, de energía, de diversidad, de algo comparable con un golpe vitamínico que puede renovar sus tejidos, mejorar sus defensas y hacerlos lucir tal como son los que llegan: más jóvenes, más lozanos.
A pesar que desde lado y lado han sido muchos los que han pretendido cancelar la díada izquierda/derecha, lo cierto es que ella conserva su poder explicativo respecto de las posiciones políticas de las personas y los planteamientos de los partidos. Hay también el centro, desde luego, donde se suelen cobijar los que se consideran a sí mismos moderados, esto es, ajenos a los “extremos” que representarían la izquierda y la derecha, en circunstancias de que ni aquella ni esta son extremos del mapa político: los extremos son la extrema derecha (que conocemos bien) y la extrema izquierda (que también conocemos lo suficiente). Por lo demás, basta conversar un poco de política con cualquier persona para darse cuenta que, en el hecho, se inclina más por un lado que por el otro, y lo mismo ocurre con los partidos: estos últimos tienen siempre una biografía, un pasado, una semblanza, que los muestra más cerca de uno que de otro de los componentes de la díada.
Tan vigente está la díada izquierda/derecha que muchos de quienes la niegan no tardan en declararse de centro, o de centro derecha, o de centro izquierda, con lo cual, sin darse cuenta, terminan validándola, puesto que si se es de centro tendrá que ser por referencia a dos polos que existen y de los que se equidista, y ni qué decir cuando se dice ser de centro derecha o de centro izquierda, puesto que en estos últimos dos casos, si los polos no significaran ya nada, es decir, cero, centro derecha y centro izquierda equivaldrían a centro nada.
Hay varias maneras de identificar a la izquierda y a la derecha: esta es amiga de la tradición y aquella del cambio; la primera se inclina por la libertad y la segunda por el orden; la derecha es sensible, ante todo, al valor de la propiedad, y la izquierda mucho menos; la primera quiere economía y mercados libres, lo menos regulados posibles, mientras que la segunda se inclina por mercados altamente regulados; la derecha no quiere impuestos, especialmente sobre las rentas del capital, la propiedad y el patrimonio, mientras que la izquierda ve en ellos una manera justa y eficaz de financiar políticas sociales y disminuir las desigualdades en las condiciones materiales de vida de las personas y sus familias; y en los llamados temas valóricos, la izquierda se inclina más por la autonomía de las conciencias y la derecha por una moral objetiva, generalmente de raíz religiosa, que prevalece sobre lo que cada cual pueda considerar moralmente correcto o no.
Por supuesto que ese cuadro general es lo que es: general. General y también simple, sencillo. Solo fija ciertos parámetros para diferenciar izquierda de derecha, pero está necesitado, aquí y allá, de matizaciones e incluso de alguna relativización. La realidad es siempre más compleja que los esquemas que procuran atraparla y dar cuenta de ella, y eso tanto si se trata de una realidad social como individual. Hay invariablemente cierta hibridez en los sujetos y en los colectivos que estos forman, y es preciso estar atentos a ella para evitar que quede fuera de nuestra observación y de los análisis que hacemos de la realidad.
Hoy, en Chile, existe, de hecho, una centro izquierda que empieza en el centro con a los menos dos colectividades, la Democracia Cristiana y Ciudadanos, y que se extiende hacia la izquierda hasta alcanzar al PS, pasando antes por partidos como el PPD y el PR, y es a ese amplio sector de centro izquierda al que han llegado ahora el Partido Liberal de Chile, algunos diputados que vienen del Frente Amplio, dos alcaldes, y un cierto número de figuras independientes de izquierda.
Solo el tiempo dirá cuál es el efecto de ese hecho, pero hay ya uno evidente: el encuentro entre partidos tradicionales de centro y de izquierda con el partido, autoridades y grupos que acabo de mencionar otorga a estos últimos un nuevo y más coherente domicilio político, mientras que, por otra parte, las colectividades más típicas de la centro izquierda chilena, es decir, sus anfitriones, reciben algo así como una aplicación de oxígeno, de aire nuevo, de energía, de diversidad, de algo comparable con un golpe vitamínico que puede renovar sus tejidos, mejorar sus defensas y hacerlos lucir tal como son los que llegan: más jóvenes, más lozanos.
Pero lo más importante es esto: ese encuentro, el gran abrazo de nuestro fin de año ciudadano, muestra al país que siempre es posible una centro izquierda incondicionalmente democrática –democrática dentro y fuera de Chile- e igualmente incondicional en la defensa de los derechos humanos, y esto último, otra vez, tanto dentro de Chile como a la hora de juzgar gobiernos de otros países. Un encuentro que apuntala tanto el valor de la libertad como el de la igualdad, sin propiciar la inmolación de uno de ellos en nombre del otro. Y un encuentro, en fin, que impulsa reformas, e incluso transformaciones, pero que renuncia a la revolución como recurso para cambiar nuestra sociedad, porque entiende que los cambios y transformaciones deben hacerse en paz, conversando con sus detractores y, llegado el caso, venciéndolos en votaciones que tienen lugar entre adversarios y no en enfrentamientos violentos que se producen entre enemigos.
Fuente: El Mostrador, 1 de Enero de 2021
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