¡ TRANSANTIAGO GRATIS !
Sólo la soberbia de una tecnocracia fría e indolente pudo poner en funcionamiento un proyecto que no cumplía con las mínimas condiciones para funcionar con grados aceptables de eficiencia.
Max Colodro
Debe ser una de las primeras evidencias comprobables del "gobierno ciudadano", o quizás, una anomalía benévola derivada de una larga secuencia de malas decisiones. El hecho es que el Transantiago se ha transformado en una de las políticas públicas con mayor efecto redistributivo de los últimos años. Y la razón es simple: casi la mitad de los usuarios viaja gratis. El grado de molestia e indignación ciudadana es tal que la gente ha decidido que la forma más activa y conducente de protestar por el maltrato es simplemente dejando de pagar. Aparentemente, no hay faltas a la ética cuando uno es obligado a cancelar por un sistema vejatorio. El descomunal e inconfesado subsidio a los usuarios se ha transformado al menos en un muro de contención, impidiendo que el malestar social se exprese, como esta semana en Buenos Aires, de una manera menos "ciudadana".La idea de los santiaguinos viajando gratis es el corolario del colapso final de un sistema mal diseñado y peor implementado. Sólo la soberbia de una tecnocracia fría e indolente pudo poner en funcionamiento un proyecto que no cumplía con las mínimas condiciones para funcionar con grados aceptables de eficiencia. No había paraderos, las estaciones de transferencia existían sólo en los planos, la plataforma tecnológica estaba lejos del óptimo, no había buses suficientes... Sin embargo, a comienzos de febrero los integrantes del comité interministerial del transporte convencieron a la Presidenta de que el sistema estaba listo, que podía partir tranquila a Caburga porque a su regreso todo iba a estar funcionando.El resultado lleva tres meses a la vista: los habitantes de Santiago están viviendo las penas del infierno, el fruto de la irresponsabilidad máxima, de la decisión de un gobierno que no tuvo la capacidad para evaluar si los aprontes básicos para una transformación de esta envergadura estaban listos. Sin embargo, se nos dice ahora, este no es el tiempo de quejarse: los santiaguinos no tienen derecho a exigir responsabilidades porque "este es el momento de las soluciones, no de las responsabilidades".Así las cosas, el nuevo chantaje en marcha consiste en obligar al país a una sangría impresionante de recursos para financiar un sistema inviable e ineficiente. Es que no hay alternativas: los que se oponen al gasto serán responsables del alza de tarifas. Efectivamente, no hay alternativas. El Transantiago no tiene arreglo y no va a funcionar. No con los actuales operadores, no con el actual soporte tecnológico, no con los actuales recorridos ni con esta tarifa. Y el drama es que el gobierno va a demorar demasiado tiempo en reconocerlo, y en el camino va a obligar al país a botar una descomunal cifra de dinero a la basura. Esta semana la muerte del sistema ha sido certificada incluso por el ex Presidente Frei Ruiz-Tagle.Pero el gobierno no va a reconocer sus errores por la sencilla razón de que ello implicaría asumir responsabilidades políticas y tomar la decisión de enmendar el rumbo. Y ha sido tanta la soberbia y la indolencia que no está en condiciones de nada que no sea seguir estrellándose contra el muro y obligar a los ciudadanos a hacer lo mismo. Aunque duela decirlo, el Transantiago ha sido una tragedia pero en su naturaleza es quizá el mejor resumen de un estilo de hacer las cosas: sin interlocución política, sin prolijidad, y sin respeto por las consecuencias que estas decisiones tienen en la vida de la gente. Total: la ciudadanía también está prisionera del chantaje. Si no vota por la Concertación, el país queda en manos del fantasma de la derecha.Todo esto explica, en definitiva, por qué el Transantiago está terminando por funcionar gratis. Porque nadie está dispuesto a pagar nada: no hay responsabilidades técnicas y no hay responsabilidades políticas. Nadie entonces tiene derecho o autoridad moral para cuestionar que ciudadanos humillados y tratados como rebaño por su propio gobierno decidan "hacer la gorda" y viajar gratis. En el fondo, también en ello hay un sentido redistributivo: si los ministros que convencieron a la Presidenta de echar andar este sistema no sólo no fueron sancionados, sino premiados con la continuidad en sus cargos, la gente al menos tiene el derecho de usar los buses sin pagar. ¿Por qué el Transantiago habría de ser gratis para unos y no para otros?.
(El Mercurio, 20 de Mayo 2007)
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